miércoles, 15 de diciembre de 2010

La visión de los testigos...


Foto: Sergio Valdés Pedroni


Seguimos ampliando nuestro ducumento acerca de Editorial X y el movimiento cultural de posguerra. El fotógrafo Bernardo Euler Coy es quien comparte su experiencia. ¿Cuál fue la tuya?



Por Bernardo Euler Coy

Me acuerdo cuando llegué a la Ciudad de Guatemala en el año 98.  Me acuerdo del impacto que generó en mí, encontrar en mis andares vagabundos por las calles de zona 1, el proyecto “Casa Bizarra”, esa vez, con una exposición de obras totalmente simbólicas de artistas plásticos, que hasta ese momento desconocía.  Asumo que no tendría los referentes para entenderlas al 100, pero recuerdo esa emoción de encontrar un espacio, digamos, casi clandestino y perturbador.

De los escritores, leí por casualidad “El libro Negro” de Estuardo Prado y sentí un primer espacio de cuestionamiento ante la provocación del autor, al respecto del uso de psicotrópicos y la presentación del icónico Cristo, como un ser humano, adicto, ante el contexto gris de nuestro siglo.  Por otros lares, encontré a Simón Pedroza con una propuesta literaria caótica y anarquista, que introducía el libro como objeto y la palabra como afilado machete, espejo del desencanto y la desesperación ante una realidad concebida desde la individualismo y quizás la soledad.
Entre mis primeros amigos estudiantes, de la USAC en Humanidades, Historia y Ciencias Políticas, las discusiones cuestionaban lo que publicaban Pedroza, Javier Payeras, Maurice Echeverría, Regina José Galindo, que aunque no se estaba de acuerdo con algo, con mucho, con todo… era especial el ejercicio del sentido crítico y la hermandad tribal urbana.  
Otros espacios que se estuvieron activos fueron, en la USAC, el Colectivo “El Muro” con los recitales poéticos y musicales semanales para los estudiantes dispuestos a escuchar; en la Bodeguita del Centro, los encuentros de los escritores y creadores de la Revista Literaria “Incubus”, Edgar Quisquinay, Fredy Portillo y Estuardo Álvarez, que generaban la apertura y diálogo entre escritores jóvenes y otros colectivos o viejas guardias de los ochentas, como el denominado Colectivo Quinto Infierno, con como Ana María Ardón, Nora Murillo y Rodrigo Carrillo.  

Al hacer una revisión histórica de este movimiento literario-plástico, coincide con otros como la vanguardia rock metropolitana y el surgimiento de la Garra Chapina (que a algunas personas no les gustó) u otros espacios donde tocaron bandas de músicos muy jóvenes, generando conciertos en espacios de la Ciudad como la Plaza de Toros, La Bodeguita del Centro, Café Oro (que personalmente no conocí) y el Teatro al Aire Libre en el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. 
En esa cola ingresé.  Conocí un diálogo que se conformaba con los eventos esporádicos realizados por “lafosacomún” y la revista Supositorio, en la que supongo, encuentro a los miembros de mi generación, una generación que se reconocía, intentaba emerger y darse un nombre, en razón de algunos pioneros que insistían en hablar del conflicto armado interno (la Guerra pues), de los conflictos humanos que surgían por tanto silencio.

Importarte es recordar, que con los pocos o muchos referentes que se encontraron o estuvieron dispuestos a comunicarse, por parte de una generación anterior, que participó de forma activa en el movimiento insurgente, forman parte de un rescate de la memoria propia, cuestionable desde su visión individualista de la realidad, pero valorable por la fuerza con que expresa su desacuerdo y desencanto, ante procesos sociales, como la Firma de la Paz, que les invisibiliza y excluye, de esa esperanza de transformación que queda solo en papeles y palabras.

En todo caso, ese movimiento que a la luz del tiempo, dolió y gritó, parece ser un mito para el olvido, pero es real…  y detrás de ello hemos seguido, en el intento de nombrar lo que existe y aun carece de nombre.