domingo, 16 de diciembre de 2007

22 años después…/ recuento 2007


Por Carmen Lucía Alvarado

He vivido en la misma casa desde que tenía dos meses de edad, y había dormido en la misma habitación todo ese tiempo, hasta septiembre de este año, pues por diferentes motivos tuve que cambiarme a la habitación que mi abuela usó hasta el día de su muerte, hace tres años, en la casa del otro lado de la calle. La decisión fue repentina, mis hermanas, con quienes comparto el cuarto desde el día que nacieron, me acompañaron a desmantelar ese espacio que parecía haberse adherido a algo de nuestra piel. Crucé la calle con cierto temor, pero sin palabras, no compartí con nadie ese miedo de usar mis manos para vaciar ese lugar que es ahora una especie de recuerdo salmón, no dije nada y sin pensar llegue hasta nuestra litera de madera, vi de reojo el espejo del gabetero y de repente desfilaron ante mí un sin fin de imágenes: Los Muppets en el televisor, la ventana mucho más grande y llena de preguntas, la cuna que me enseñó el significado de la palabra hermana, las distintas decoraciones, mis seis años y mi primera tarea en una pequeña mesa verde frente a mi cama, las cajas amarillas con juguetes, el miedo de que en la noche se colaran ángeles por la ventana de la puerta, mi alcancilla de pepe grillo, de nuevo la cuna en mi cuarto y el significado de las palabras otra hermanita , las paredes, amarillas, luego blancas, después salmones, los osos de las cortinas y las cubre camas que vieron mis primeros diarios y las primeras cosas que escribía, el espejo que me vio con mi mamá recogiéndome el pelo para ir al colegio hasta el día en que me pinté los ojos por primera vez, la decoración pasó de el protagonismos de mis peluches a planetas y estrellas pegados en la pared, luego a fotos cofres, joyeros. Las repisas de mi cuarto llevaron encima toda clase de objetos, desde mis libros de Julio Verne hasta los enormes libros de medicina, cuando mi hermana entró a la universidad. Hice berrinches increíbles entre esas cuatro paredes, les conté a mis hermanas historias falsas que ellas creían, viéndome con los ojos muy abiertos. La imagen de mi abuela sentada, muchas veces, a los pies de mi cama repitiendo las oraciones en la noche, Blanca nieves, la caperucita roja y la Cenicienta en la voz de mis papás. Las amigas de la adolescencia, los cosméticos que sustituyeron mis juguetes de cocina y por lo menos la mitad de mis muñecos, etc, etc, etc.

Sin decir una palabra arranqué la colchoneta de mi cama y todas esas imágenes temblaron tras las lágrimas. Al final no cerramos la puerta, preferimos que los recuerdos siguieran saliendo por ella uno a uno.

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