domingo, 25 de mayo de 2008

El camino del Animal del Monte


Por Carmen Lucía Alvarado

La organización de un festival de poesía, además de ser complicada, larga, y detallada, es una batalla constante contra los dinosaurios inmensos que se cruzan en el camino, es decir que este tipo de organizaciones tiene mas obstáculos dentro de la pista de lo normal.

Horario de trabajo, cartas, rechazos, caras de burla disfrazada de amabilidad, carlas de: “de qué me están hablado estos?” disfrazadas de “ah, que interesante”, meses pidiendo respuestas de permisos de la municipalidad, en oficinas decoradas con recuerditos de fiestas, diplomas de honor al mérito y eternos adornos navideños, allí entre permisos de ventas de comida y coronaciones de niña flor de alguna cosa iba nuestro Animal del Monte.

Que si nos alcanza el dinero, que si los hoteles, que la comida, reservaciones, llegadas de vuelos, que las sedes, que ya es hora, que la inauguración, que Luis Alfredo Arango, que la publicidad... En medio de este barullo llegó el día, los poetas empezaron a llegar, y la organización empieza a tornarse en algo más bien de convivencia.

En un ambiente casi irreal, todos hablando de literatura, arte, viajes, países, en voces con distintos acentos, las lecturas, las fiestas, las comidas…
Todos los invitados nos dejaron algo, más que sus poemas nos dejaron esa imagen de las palabras en primera persona, y lo más bello, el público sintiendo eso que dicen que se llama poesía, el Animal del Monte la llegó a presentar de la forma más directa y clara, una buena lista saldría si se pusiera todos y cada uno de los momentos que nos hacen ya pensar en el siguiente festival.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Transcribo parte de la crónica que el poeta D´Leon Masis, poeta nica que compartió en el festival. Si quieren leer algo más la diercción es: http://esferainfinita.blogspot.com/2008/05/animal-del-monte-festival-internacional.html

ezequiel d’león masís
La presente nota está fragmentada acaso en función de tres confesiones patéticas que se me antojó redactarlas en contra del olvido.

La primera: nunca he escrito antes sobre festivales o encuentros a los que he asistido.

La segunda, que en parte da explicación a la primera: los festivales de poesía, en general, no representan para mí gran cosa, pero lo digo con énfasis en el único sentido de no ser éstos, en sí mismos, “literatura” (y es que tampoco la literatura es el centro de mi vida!). Los festivales de poesía son –eso sí– un esfuerzo humano gregario u organizativo que es asumido por un grupo de individuos e individuas que desean principalmente promover el interés potencial (o activo) de determinado público respecto de la poesía, lo cual es al final de cuentas una tarea tan ardua como válida.

La ecuación ontogénica festivalaria suele darse, al menos en Centroamérica, de esta manera: cierto grupo de personas tienen una idea a favor de la poesía (no sé por qué y qué bien que sea así) y además son lectores/as y/o escritores/as, así que, mediante el manejo de algunos contactos y la fatigosa gestión de recursos financieros mínimos, invitan a gente incluso de otros países para que éstos sean partícipes, a la par de autores y autoras nacionales, de cansonas lecturas de poesía en diversos espacios públicos, centros escolares, cárceles, etc. Pero claro está que yo aludo a festivales de corto y recto presupuesto y no me refiero a los negociazos que se arman, por ejemplo, en Medellín o en Granada de Nicaragua o en cualquier otro pinche lugar del mundo donde el asunto ya toma perfiles rentables de destino turístico o de dinamización de economías locales, etcétera.

Habiendo hecho las (tal vez odiosas) salvedades anteriores, paso a la tercera confesión patética: el único festival que realmente he disfrutado hasta hoy (digo, a nivel egoísta de sentirme cómodo, en paz, aislado y acompañado a un tiempo) es el Festival Internacional de Poesía que se realiza en Xelajú, Quetzaltenango, Guatemala. En este mayo que ya casi acaba, asistí a la edición correspondiente a este año 2008, “Animal del monte”, dedicado esta vez a ese “tránsfuga de todas partes” llamado Luis Alfredo Arango. Creo que fue un hecho satisfactorio por las siguientes razones: a) todas las personas y personos involucrados/as directa o indirectamente en su organización (Marvin García y todo el atentísimo staff, a quienes agradezco el haberme soportado esos días) escapan absolutamente a esos jueguitos de egos que normalmente caracterizan a los insoportables colectivos e intratables redes organizativas de este tipo de eventos, lo que en palabras un poco más aterrizadas es lo mismo que decir que son personas buena onda, b) se aceptó mi participación pese a haberla confirmado yo no más de un semana antes, ya que no pudo para mí ser de otra manera por el ritmo de explotación laboral al que soy sometido a voluntad (bueno, yo trabajo en una maquila bolchevique de solidaridad, lo que en Nicaragua es ya un logro de coherencia social mínima(¿???)), c) se insistía mucho en que fueran leídos pocos textos por cada poeta, lo cual juzgué como una feliz medida de salubridad esencial, d) en general, siempre hubo en los distintos públicos alguna gente receptiva que se acercaba temerosa y, desde su punto de vista, manifestaban su interés directamente a los autores y autoras por un verso en particular o detalles de ese tipo que, en definitiva, eran evidencia de que habían puesto atención a las palabras leídas (cosa que yo mismo no hago en los recitales!), e) la rutina de lecturas era razonablemente espaciada y muy take it easy (no una mansalva maratóNICA), lo que permitió que invitadas e invitados formásemos grupúsculos primatológicos por afinidad en pro de crear informalmente (y sin mayor interés que el de ser uno/a mismo/a frente a los/las demás) un diálogo personal o intergeneracional que, desde el primer día en que yo estuve allí, en Xelitro, devino en creación espontánea de vínculos, mesas de tragos, debates pop, intercambios de todo tipo y otras cosas demasiado humanas.

En fin. Acepto que he expuesto mi experiencia festivalaria en Xela con esta crónica enumerativa simplona y con tono ramplón de calle, pero lo cierto es que esa es mi opinión y esa es mi forma de ser directo. Otro nicaragüense, queriendo ser very poetical person & nice, hubiera dicho algo así como: “En Xela aprendí a conjugar el verbo xelamar”, esperando ser invitado/a cada año.

Pero bueno, los aspectos que menciono fueron parte de un ambiente de tranquilidad que añoro hoy en mi cotidianeidad nicaragüense en Masaya y eso es todo...

¿Eso es todo? Ah… Lógicamente, siempre se da la ocurrencia fenomenológica de problemas comunes, pienso en dificultades intolerables de actitudes que brotan en el decurso de las relaciones humanas que son susceptibles de ser observadas en todos los gremios y en todas las latitudes de esta galaxia y que ya no dependen de la voluntad de los/as organizadores/as: como ejemplo, alguno que otro que no sabe que ser un poète maudit en la actualidad es un fenómeno social antihigiénico y asqueroso, además, un extremo abuso de confianza contra los demás. (A veces uno, no sé, por estupidez espontánea, sacrifica su tiempo en los festivales soportando a gente que no vale la pena ni como persona, con tal de conseguir contactos en otros países, pero la verdad, bróderes/as/, no vale la pena, es una actitud vil que hasta hace poco inundaba mi actuar político… Y eso lo aprendí a regañadientes, sí, en este festival de Xela, lo cual agradezco a ciertas ágatas gatas. El axioma para mi proceso personal sería así: si querés ir a Ecuador o a cualquier parte del mundo mediante contactos, por favor y al menos, no entrés por cualquier puerta).

Ya no quiero escribir más sobre el festival. Quien lo probó lo sabe y punto. El festival para mí fue eso, un fluir existencial encerrado en una burbuja llamada Xela que al cabo se extinguió en una semana. Respeto el esfuerzo organizativo logrado y creo que debe seguirse dando, con o sin mí.

Termino diciendo que, como dije, todo lo anterior es lo que describe mi experiencia, pero cada detalle aunado a su vez al amigable y entrañable entorno urbano de Xela: las amanesqueras en el quiosco, el bar gay, las aceras pequeñititas y divinamente intransitables, los mendigos cultos que me hablaron de Walter Benjamín y Francis Bacon una noche en que me fundí, compañeras y compañeros indígenas compartiendo sus realidades (cosa imposible en Nicaragua), la cultura popular chapina en general, la arquitectura caprichosa de viejos dictadores explotada hoy por las tour-operadoras, gente punk muy buena onda, la mitología urbana y rural de los guachimones, la compañía de la mara en general, los cocteles en el mercado y, entre otras cosas que injustamente olvido, la inolvidable actuación del colectivo teatral que es parte de Caja Lúdica, con la puesta en escena en la vía pública de la obra CONTRAHUELLA, con la que concluyó el festival.

Abur.