lunes, 10 de diciembre de 2007

Frank, el perdido



Por: Carlos Meza

Conocí a Frank no sé de qué modo.
Estoy seguro que fue este año, era amigo de mi ex novia y me enseñó bastante sobre literatura y música. Trataré de recordarlo poco a poco. Fue en el mes de febrero, en una fiesta. Lo habían asaltado (no sabía si habían sido mareros) en una estación de gasolina. Me contó que estudió literatura, ha publicado diversos ensayos y ganó algunos certámenes mediocres. Todo por no saber qué hacer, dijo. Además, necesito empleo, agregó. A las dos semanas le conseguí trabajo de cocinero en un restaurante de la zona uno. No sé cocinar, pero a los clientes como que no les interesa, me dijo con un gesto triunfal. Le pagaban bien, tenía horario flexible y, según cuenta, escribió tantas cosas en poco tiempo.

Nos reunimos de nuevo a principios de abril, un miércoles, mientras la noche caía lentamente. Yo aún tenía una vaga idea sobre su persona, parecía un fantasma, sincero, sin reproches. Es difícil sacarle conversación, pero medio mencionas la palabra “literatura” sus ojos se abren y las orejas se le paran como un perro. Así que empezó una ardua y precisa conversación sobre Bolaño, Hemingway, Cortázar, Carver, Céline, y muchos más. Hablamos horas y horas (por supuesto que él lo decía con gran criterio, y yo lo escuchaba detenidamente). Luego, habló sobre los problemas de la literatura nacional: la nausea asturiana, las imitaciones baratas del realismo sucio, la necesidad de revivir a Cardoza, la ausencia del teatro en el país, y la importancia de Rey Rosa en la narrativa actual. Habló de tantas cosas que ahora me arrepiento de no apuntar en un cuaderno como estudiante nervioso.
Afuera, la desolación habitaba las calles bajo un cielo estrellado.
Frank me prestó parte de sus escritos y parecía tener en mis manos a un escritor inmortal, un ávido lector de Virgilio y Milton, sin la necesidad de imitarlos, más bien, renovador, y sometido a preocupaciones poéticas: idea-lenguaje, emoción-expresión, ritmo-intensidad, disciplina-técnica. Frank es un poeta completo, y lastimosamente (creo yo), he sido el único que ha podido leerlo; y al hacerlo solté gritos, protestas, carcajadas, lágrimas.
Si tengo un buen recuerdo de este año, ha sido Frank. Ahora trabaja como payaso, de los que lanza naranjas al aire, debajo de algún semáforo en la avenida Reforma.
Hay días en los que reflexiono horas sobre qué versos se le cruzarán mientras una naranja va en el aire.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Frank el perdido....que imagen por Dios

Anónimo dijo...

Carlos: Gracias, el problema es que ahora no sé en dónde encontrarlo. Saludos.

ana regina coronado paiz dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Frank es la metàfora de los poetas.

Anónimo dijo...

Carlos:

O la metáfora de los poetas perdidos.