lunes, 14 de abril de 2008

Confesiones desde el exceso


Por Vania Vargas

Es una relación peligrosa, por constante, compulsiva, reincidente. Llega un punto en que descarna. Transforma. Si te atrapa, dejás de ser quien sos y empezás a buscarte, a reconocerte.
La mirada se aguza. Aprendés a poner atención y a descubrir -con solo levantar los brazos a contraluz- los hilos que manejan a la gente, los que te manejan. Aprendés a señalarlos, a poner resistencia.
Con el tiempo te das cuenta de que en la cabeza está el narrador omnisciente de tu historia, el que concatena los instantes que van hilando tu vida, el que te convierte en un personaje de ese relato, a veces, intenso, aletargado, triste, desolador, cursi, melodramático, existencial, poético, vulgar o cotidiano que protagonizás todos los días.
Allí también está el tiempo, palpable, flexible, totalmente tuyo. Pronto aprendés a dejar la mirada fija en un punto o a cerrar los ojos para revisitarlo, para sentirlo, para predecirlo.
Las posibilidades de ser y de vivir se multiplican. Así, uno, pequeño, irrelevante, se convierte en muchos, pequeños, irrelevantes que viven otras vidas, o las mismas, pero de diferente manera.
Pronto aprendés a ver tu reflejo en el papel y te das cuenta que sos letras dispersas, palabras, espacios vacíos, silencios. Que tu propio nombre y apellido son once letras, diez, quince, que te sintetizan.
Es allí cuando la vida empieza a convertirse en un constante diálogo interno. Empezás a buscar palabras para los objetos, los impulsos, las sensaciones que recibís. La realidad empieza a quemarte la cabeza. Tenés que digerirla, masticarla, expulsarla, deshacerte de ella, devolverla burlada, destruida o reinventada.
Entonces viene el aislamiento, los dolores de espalda, los ojos irritados, y a veces, el mal humor o la sensación de estreñimiento mental, previos a la gran liberación. Se puede volver bastante místico el asunto, o lúdico, siempre tiene que ver el estado de ánimo.
Yo he cargado con eso buena parte de la vida. Es casi una adicción. Dicen que es hereditaria. Mi madre la practicaba cuando yo era un embrión, no digamos mi padre, o mi tío. No hay que tenerle miedo. Mi abuelo no puede vivir sin ella y va a cumplir 92.
Así es el asunto. Hoy soy lo que leo. Escribo lo que vivo, digo lo que interpreto, narro lo que deseo, invento. Así es la Literatura.

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