jueves, 10 de abril de 2008

El lado oscuro de la literatura


Por Felipe Bagur

Nadie que guste de la experiencia de la literatura jamás olvidaría la primera vez que tuvo contacto con ella, aquel momento en donde las letras fueron un anzuelo para engancharse y no soltarse nunca más. Nadie podrá olvidar a sus ejemplos, esos modelos con quienes aprendió a leer.
Todos los que se deleitan con la lectura han quedado ahí clavados gustosamente, disfrutando de la variedad de mundos, emociones, pensamientos, acciones, etcétera que los escritores crean en sus obras.
Ninguno de nosotros olvidará la carnada con la que empezamos a comer y que ahora devoramos sin parar, tratando de no encontrar el antídoto, como seres adictos a esas manchas de diversos colores en las hojas de los libros. Realmente no se puede, es casi imposible lograr el olvido del cuento, el relato, la leyenda, la novela, el cómic y otros más que nos inició a todo esto. No podemos borrar aquellos maestros (pocos y contados con los dedos mutilados), padre, madre, abuelo, tío o familiar o amigo que nos mostró del esplendor de la literatura.
Pero también hay un lado oscuro, tétrico en toda esta cursilería y que es difícil de aniquilar de la memoria: “el encuentro con la literatura basura”. La persona que se enfrenta a ese tipo de obras seudoliterarias puede presentar efectos secundarios muy graves, daños serios e irreversibles.
He visto casos de personas, que después de comer un bocado de ese tipo de carnada, queda extasiada y presenta grados graves de gula sin control, dedicándose a la compra sin fin de los grandes exponentes de estas series: Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Paulo Coelho, Og Mandino o Stephen Covey.
En otros casos, los contaminados se dedican a ser zombis, recomendado este tipo de literatura para que los demás empiecen a vaciar su cerebro y continúe esparciendo la infección por todos los lugares. He visto situaciones de enfermos que al comer esto obligan a sus estudiantes a compartir y a leer estas obras en los cursos de literatura, logrando únicamente la propagación más rápida.
Un grupo selecto, después de leer empiezan a planificar sádicamente su suicido literario queriendo ser igual que sus maestros. Escriben malos cuentos o intentos de novelas motivacionales. Existen quienes principian a supurar de los poros poemas con versos con rimas rebuscadas que dejan de tener algún sentido estético y empiezan a sonar como bocinas de autobús.
Los últimos, unos pocos, los sobrevivientes, intentan seguir adelante, viviendo con las tremendas cicatrices dejadas al haber tenido contacto con estos seres seudoliterarios. Yo soy testigo de tales estragos, estuve delante de “La fuerza de Sheccid” y “Verónica decide morir”, pero soporté su tortura de aquellas letras planificas y sobreviví gracias a las lecturas que hice de Dostoievski, Bukowski, Sábato, Cortázar y otros grandes. Todavía tengo algunos rezagos de aquel enfrentamiento, a veces despierto por las noches como si tuviera pesadillas y veo aquellas letras negras de gran dimensión por todos lados hablándome de la fe y la moral, pero inmediatamente tomo a Chejov entre mis brazos y espanto a esos demonios creadores de bestsellers, y logro conciliar el sueño tranquilamente.

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