miércoles, 16 de abril de 2008

Entre puertas y espejos


Por Diana Vásquez

El camino hacia la literatura es extraño, difuso, confuso y alienado. Es una secuencia de pasillos y habitaciones olvidadas. Y nos movemos con pasos lentos, a sabiendas que es algo prohibido, exigente y, al fin, necesario. Sumergirse en un libro es cruzar con Alicia al otro lado, ese lado perturbado para el mundo, y el único lógico para un lector necesitado de otra realidad -ya sea concebida con mentiras que formulan verdades (fantasía) o viceversa como casi todo-.

Con un libro aprendí que un caballero puede enamorarse de una prostituta; con otro comprendí que el amor esquemático, que nos imponen desde pequeños, se rompe con simplezas o agonías, y que encima existen mil formas de amar. Uno me contó historias de guerras absurdas, de las que se conoce la versión inexacta de “los que ganaron”. Muchos me mostraron vidas de niños perdidos, ajenos a su mundo, como yo. Otros me sorprendieron con que la idea de Dios es tan falsa como la idea de hombre. Otros me botaron la fe; otros la recogieron y la volvieron un rompecabezas más creíble. Muchos me desenmascararon ideas exóticas de esoterismos e ideologías de locos, asesinos, suicidas o simples trastornados que son mucho más seductoras. Otros me recuerdan quién soy o quién quiero ser, al presentarme una cantidad de espejos impresionante, donde en cada uno hay un rasgo humano que comparto o que me imagino. Otros me describieron la muerte, antes que nos presentaran (muchos de ellos tenían razón).

Últimamente encontré un personaje que me revuelve la cabeza. Su nombre es Sara y afirma que los libros son como puertas. Hay mil puertas y cada puerta tiene mil letras, pues los libros vienen a ser universos que se multiplican con cada picaporte que se abre. Y al mismo tiempo me aseguraba que los libros, que cada lector posee, forman una “biblioteca de espejos”.

Para no seguir parafraseando, quiero añadir este fragmento que me parece que yo no lo hubiera escrito mejor.

“Se llega a un punto donde solo existen dos clases de personas: las que leen y las que no, y no es que haga una separación, pero con el tiempo te alejas de las segundas. No es discriminación, solo que estas segundas-personas no tienen nada que decirte, porque has aprendido a leerlas… no hace falta ortografía ni gramática, no se encuentran sorpresas. Se han repetido a sí mismas las ciento noventa y nueve veces que se representan; las trescientas treinta y tres veces que se nombran, inmutables. Detrás de ellas no existe un eco, ni una huella, ni un vestigio… ¿de quién estoy hablando?”

Sara Palau en
Un libro imaginario
(2009-2010)

1 comentario:

alex lamico dijo...

Sara, ¿quién eres? ¿Eres yo? Te he encontrado sin buscar y ahora ya no sé si eres mi reflejo, si estás del otro lado o si sólo te puedo mirar en mí.

Es el azar que lo oculta todo. Yo tengo un blog que se llama Entrepuertas y escaleras, conozco muy cercanamente al hombre del espejo, escribí un libro de cuentos para una princesa que se llama Sara, las comas son imperdibles que se sujetan justo donde tú los sujetas...¿Qué está ocurriendo?

Por el reflejo: Alex Lamico.