lunes, 21 de abril de 2008

Los horrores de un amigo poeta


Por Carlos Meza

“Soy poeta. Eso es lo que me hace interesante.”
Maïakovski

Su rostro apareció de golpe.
Él es un poeta perdido. Perdido en cualquier ciudad, en cualquier parte del mundo. Me saludó como si yo fuera un desconocido y noté que aún divagaba su pensamiento. Sus ojos estaban desmesuradamente abiertos, terribles. Emprendimos camino a ningún lado. Con su voz de flauta dijo que lleva días tratando de escribir una página decente y no ha podido. Yo no pude esconder mi expresión de sorpresa ante tal inicio de conversación. Descansa, le dije. No puedo, respondió, bajando la mirada. Pasamos otro tiempo sin hablar. Sentí que la tarde se consumía con tristeza hacia un vasto letargo. En este país todos pretendemos ser escritores, o poetas, dije para romper el hielo. O creemos que ya somos poetas, dijo él, rescatando fragmentos en el aire. Ya nadie escribe como Virginia, para espantar a la locura y la muerte, o sentir la gloria de Baudelaire de no ser comprendidos, agregó con una sonrisa. O perderse en la locura como Hölderlin, o la muerte como Novalis, le regresé la sonrisa con una frase tonta. Hace poco que no hablaba con un poeta sobre la literatura, te pone los pelos de punta. Parecen venidos del espacio exterior o fabricados para la melancolía y lucidez más extraña en el planeta. Terminan trasformándose en un personaje para ellos mismos. Lo peligroso es cuando te sientes espectador de esa teatralidad y no sabes escapar. La literatura puede ser así para el escritor, un horror. Ellos caminan con su verdugo literario que les da sentido a su propia existencia.
Luego de un instante dijo que después de Flaubert la literatura es una prisión. Una bandada de pájaros iba a coro volando por los árboles. ¿Cómo así?, pregunté aunque sí sabía a qué se refería. Sí, tratando de resolver mi duda, no recuerdo bien quién dijo esto, pero el escritor, el prisionero, hace su oficio en su propia celda. Un callejón sin salida, mencioné tímidamente. El sol poco a poco extinguía a la tarde. Ahora, dime quién te parece más interesante, ¿el poeta o el filósofo?, preguntó. Al filósofo le interesa interpretar las ideas, pero el poeta le da vida a esas ideas, recrea al mundo, dije con aseveración. Tienes razón, me dijo, el poeta transforma al mundo. Definitivamente que el poeta, dijimos los dos al unísono. Responde esto, ¿quién fue primero, el poeta o el filósofo? Observé que solo rió levemente.
El sol desapareció.
El cielo se transformó en una inmensa cueva. ¿Sabes qué?, dijo él, cuando en verdad creo sentirme poeta, sé que soy la persona menos interesante. Ya lo creo, dije sin importancia alguna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Carlos, me gusta tu relato. Considero que le falta un poco, pero sé que vas por buen camino. Escribe y lee más. Tienes el potencial para lo que buscas. Te saluda una amiga, ya sabrás quién soy.