sábado, 8 de marzo de 2008

Los perturbados entre lilas: algo sobre la prosa de A. Pizarnik


Por Belinda López

Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba
. A.P.

Cuando se habla de Alejandra Pizarnik, irremediablemente se evoca la soledad, el silencio, la búsqueda constante del poema perfecto, la añoranza de la niñez perdida, la locura, el deseo y la muerte. Sin embargo, los escritos de Pizarnik reflejan, también, humor, ironía y un profundo conocimiento del lenguaje.
Escritora excepcional, constituida en figura mítica gracias a su condición de mujer dedicada al oficio de escribir, judía hija de emigrantes, homosexual, esquizofrénica y suicida, aspectos todos que favorecieron la identificación entre el yo poético con la creadora, atribuyéndole al ser humano todos los matices del mito personal construido a partir de sus escritos.
La producción poética de Pizarnik ha sido analizada abundantemente, sin embargo la mayoría de los estudios dedicados a su obra dejan de lado la prosa. Posiblemente esto se deba a la dificultad que presentan los textos para su lectura y compresión.
Sus escritos, a partir de 1968, están impregnados de ironía, humor y absurdo. Un texto fundamental de esa época es Los perturbados entre lilas, pieza teatral saturada de una hiriente ironía disfrazada con juegos del lenguaje. Enmarcada en la corriente del teatro del absurdo, constituye una especie de parodia de Esperando a Godot y sus diálogos están cargados inevitablemente de poesía. Los cuatro personajes de esta obra actúan como marionetas que se burlan de los preceptos sociales. Más allá de esta primera lectura, el texto es un testimonio irónico de la imposibilidad de comunicación y la soledad del individuo. Es una realidad traducida a pesadilla, una reflexión sobre la muerte. Los temas de la infancia, la farsa, la muerte, la imposibilidad de decir, de nombrar a través de las palabras son recurrentes. La obsesión transgresora de Pizarnik logra en esta pieza un retrato magistral de lo grotesco de la condición humana.
A pesar de que la mayoría de críticos ha querido ver únicamente la connotación obscena y humorística en la pieza teatral, dejando de lado la ironía, el texto ofrece una polisemia controlada de significados y la posibilidad de varias lecturas, de decidir entre un significado u otro. La autora invierte todos los rasgos de su obra poética anterior. Las metáforas desaparecen y se reemplazan por aseveraciones directas, implacables, de un mundo hostil, agresivo, incomprensible y lleno de dolor:

Seg: La realidad nos ha olvidado y lo malo es que uno no se muere de eso.
Car: Ya no existe la realidad.
Seg: sin embargo cumplimos años, perdemos la frescura, las ganas...
Perdemos... Car, ¿no es eso la realidad?

El mundo de Los perturbados es un submundo poblado de monstruos: una enana velluda, gris con cabello rojo, un gnomo que la persigue, personajes mutilados sirven a Pizarnik para retratar otra realidad. Así, lo deforme, lo retorcido forma parte de lo cómico y de la risa. Los personajes Carl y Segismunda utilizan un vocabulario escatológico para burlarse del código social, se esconden bajo la máscara de la obscenidad y, a través de ella, expresan las incongruencias de la condición humana. En esta pieza lo cómico resulta trágico y la risa surge desde el dolor, la soledad y la muerte:

Seg: Un tormento como sentirse deletreada por un semianalfabeto. Asfixia y éxtasis. De noche alguien pregunta en un jardín, pero las respuestas son equívocas y desdobladas.
Car: Por lo menos sufrís, por lo menos sos desdichada.
Seg: Admiro tu dulzura ponzoñoza.
Car: No me duele tu ironía. Pero si hicieras un esfuerzo por hablar. Te haría tanto bien.
Seg: ¿Quéres que hable? Muy bien (Pausa) Todo está como un peine lleno de pelos; como escuchar con una esponja en los oídos; como un loco metiendo a una mujer en la máquina de picar carne pero le parece poco y mete también la alfombra, el piano y el perro.

La lectura de Los perturbados descubre una evolución del lenguaje que se orienta hacia lo obsceno. Además, la poeta oculta sus preocupaciones anteriores, mediante de la parodia. En el discurso de esta pieza existe un rechazo a la poesía intimista y trágica. La burla es abierta, y explícita, utiliza referencias culturales, cruce de intertextos y citas parodiadas, como el diálogo entre Segismunda y Carol que parodia una parte de El enfermo imaginario.
La voz del yo poético, me atrevo a decir la voz de Alejandra, se reparte entre los cuatro personajes para reflejar el descanto, la desesperanza de la existencia en un mundo absurdo, sentimientos por demás identificados con la autora:

Seg: Porque mata al sol para instaurar el reino de la noche negra. Pero a mi noche no la mata ningún sol.
(...)
Seg: Todos me dicen que tengo una larga, resplandeciente vida por vivir. Pero yo sé que sólo tengo mis propias palabras que me envuelven.
(...)
Seg: Si viera un perro muerto me moriría de orfandad pensando en las caricias que recibió. Los perros son como la muerte: quieren huesos.

En mí el lenguaje es siempre un pretexto para el silencio, escribió Pizarnik en 1972, y tenía razón. Como toda su creación, esta pieza teatral se constituye en un espacio de palabras creadoras de silencios. De ahí que la escritora retrate en él una de las lecciones más duras de aprender: que las palabras no significan nada, que son inútiles, que desencantan de la poesía, es decir, de la vida:

Car: He vivido entre sombras. Salgo del brazo de las sombras. Me voy porque las sombras me esperan. Seg, no quiero hablar: quiero vivir.

Pizarnik tuvo el don de la palabra y este don se entregó al punto de llamar al lenguaje su refugio. Con él intentó ordenar su desván interior y creó más caos del que ya existía. Buscó en la escritura su forma de salvarse de la locura y, a la vez, de la realidad, y su aliado, el lenguaje, la traicionó, porque no hay espacio mejor para la soledad y el silencio que la poesía.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Alejandra Pizarnik NO era homosexual, y lo especifica en sus diarios. Antes de hablar sobre la vida de una persona, deberían investigar qué dice de sí misma esa persona.

Anónimo dijo...

"Las palabras no significan nada, (...) que desencantan de la poesía, es decir, de la vida".

No se puede decir eso de la obra de Pizarnik. Ella es sólo palabras, con palabras hace poesía para encontrar, para dar sentido, pero la poesía sólo le desgarra de la vida. Las palabras avivaban la herida. Por eso se fue tan pronto y con tantas ganas.
Pizarnik fue una suerte de Lucrecio -que hacía poesía a la vez que ciencia- del siglo XX, pero su tratado versaba todo sobre el cuerpo humano en estado salvaje: esa cosa que no puede dejar de cuestionar(se). Ella quiso ir a través del espejo y de su nombre; pero como dijo Wittgenstein: "Intentar ir más allá de los límites del lenguaje es absolutamente sin esperanza".

Aquí está el texto completo de esa pieza de Pizarnik tan poco difundida y valorada.

Anónimo dijo...

En la escritura de Alejandra la enunciación cuestiona sobre los enunciados que podamos construir: lo que nos pregunatmos respecto a su obra, lo que nos espejea, nos identifica, etc., como todo acto va dirigido al Otro, de ahí lo que cada uno piense o escriba, y lo más importante: ¿Cuánto y qué puede decirse o analizarse sobre una obra de arte?

No estoy de acuerdo con Wittgenstein: hay que hablar de lo imposible ¿Sino de que hablamos?

Saludos.